Tiempos absurdos y dolorosos.
Nos
han hecho creer que sin fábricas
no hay dinero. Que sin dinero no hay comida ni casa. Que sin dinero no hay
vida. Este sistema que tan solo tiene en cuenta los beneficios económicos de las grandes empresas está dejando un enorme rastro de dolor en
la mayoría de la
población. Y esto no
es importante para nuestros representantes, una mafia de corruptos elegidos por
un pueblo acobardado.
Está claro que el colapso mundial de la
economía está siendo brutal, por eso es momento de
asumir responsabilidades, de hacernos fuertes y plantearnos cómo queremos y podemos vivir (o
sobrevivir). Y sobre todo, si vamos a seguir apoyando con nuestra indiferencia
esta carrera de destrucción
de la naturaleza y de nosotros mismos que nos están imponiendo o si queremos darle la
vuelta a este sistema y empezar de nuevo con más ilusión y menos dinero. Antes el hambre era
cosa del Tercer Mundo, ahora está
llamando a nuestra puerta.
¿Por qué la Sra. Barcina y sus amigas, la Sra.
Goikoetxea y las Sras. Koplovitz quieren envenenarnos con su basura? ¿No les vale con tomar parte en la
ruina de nuestra industria? ¿Qué sentimientos de odio les despertamos
para querer acabar con la vida en Sakana?.
Pretenden enfrentarnos a todos contra
todos con chantajes y haciéndonos
culpables, a los que simplemente nos oponemos a la incineración de basuras, de un hipotético cierre de la empresa. Tienen el
dinero y el poder suficientes para crear aquí cualquier alternativa sin tener que
mandar a nadie al paro. Pero el bienestar de las personas no es su objetivo. Su
único objetivo
es ganar un dinero que no necesitan quitándoselo a los que sí lo necesitan, a costa de lo que sea.
Por eso, la lucha no debe ser contra
los trabajadores, es hasta cierto punto entendible que el instinto de
supervivencia les lleve a aferrarse a su puesto de trabajo. Pero ellos tampoco nos deberían hacer a nosotros responsables de su
inseguridad laboral, porque nadie quiere que les despidan.
Tan solo hace falta un poco de sentido
común para darse
cuenta de que quemar carne, neumáticos,
desechos de hospital y todo tipo de residuos es una auténtica salvajada. Pero ahora este es su
sucio negocio y no el del cemento. Y desde luego que los puestos de trabajo
tampoco estarán asegurados.
Nuestros antiguos bosques nos llaman,
pero no les escuchamos, estamos atontados. Desde el fondo de esta trampa,
paralizados por el miedo, angustiados y enfadados, queremos que todo vuelva a
ser como antes o que todo cambie, pero sin cambiar nosotros. Somos incapaces de
ver que aquí, en Sakana,
estamos rodeados de una naturaleza impresionante y de unos bonitos pueblos con
un gran potencial para el turismo, la agricultura y la ganadería, la artesanía, el pequeño comercio o la gastronomía.
Vivimos en un lugar estratégico, para lo bueno y para lo malo,
por eso, además de intentar
conservar y mejorar la poca industria que nos queda, son necesarias nuevas
iniciativas adecuadas a estos nuevos tiempos. Y sobre todo, devolver la
dignidad y el valor al trabajo de ganaderos y agricultores, entre otros.
Ya no se trata de exprimir la tierra
hasta destruirla con grandes inversiones en maquinaria, abonos y pesticidas,
existe un nuevo tipo de agricultura regenerativa, avanzada y antigua a la vez,
que busca recuperar y cuidar terrenos para que produzcan más y mejor con menos esfuerzo e inversión. En las praderas cercanas al río se podrían cultivar gran variedad de árboles y plantas, hacer pequeñas sendas para pasear y andar en bici
o a caballo y sanear el agua para poder regar y practicar deportes fluviales.
Esto no es solo un sueño, ni tampoco una solución para miles de personas. Tampoco
pretendo decir a un parado con hijos e hipoteca que plantando manzanos cerca
del río va a salir
de esta. Pero lo que está
claro es que contaminando la tierra, el agua y el aire nos estamos suicidando.
Basoko Mari
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